1.12.10

De amicitia (III)



Hay un cuadro de fondo negro en el que pienso a veces.
Lo pintó la mamá de Sofi. Entre el fondo negro se sugiere algo rojo detrás, y de frente sobresalen dos figuras humanas: una a la derecha, como de frente, y otra de espaldas. Parecen presencias fantasmales, imágenes en movimiento, con colores fuertes (verdes, amarillos, azules). Pero quizás yo ya lo sé porque conozco la foto real en la que está basado. No puedo saber qué pensaría alguien que viera por primera vez el cuadro sin conocer la foto.
Las fotos son de hace dos años, de un cumpleaños mío. Habíamos apagado todo y sólo quedaban encendidas las luces de disc jockey, multicolores y giratorias. Saqué algunas fotos sin flash y eso le daba a las cosas una apariencia a veces psicodélica, otras festiva, y otras siniestra.
A partir de esas fotos Renée, la mamá de Sofi, pintó una serie de cuadros. Y aunque me gustan muchos de ellos, me sobrecoge la imagen del cuadro de las dos figuras con fondo negro. En parte porque no se alcanza a distinguir si una es un reflejo de la otra, reproducida por un espejo que permanece oculto a la vista del espectador. Pero –más importante aún– sobre todo porque estoy seguro de que vos sos la figura principal del cuadro, o quizás las dos. Lo curioso no es que vos hayas salido así en esa foto o que Renée haya decidido pintarlo: lo verdaderamente curioso es que todo empezó realmente en ese cumpleaños. Esa semana, el día jueves, yo cumplí años. Nos juntamos a la noche y estuvimos jugando al truco y chupando hasta muy tarde. Yo me levanté a la mañana siguiente para ir a trabajar y sólo pude tomar un jugo de pomelo recién exprimido y mucha agua para recuperarme un poco. Vos te levantaste con un dolor de cabeza terrible y vomitaste en el patio del bar donde laburabas.
Todo parecía ser por la resaca, pero ese dolor de cabeza no era como nada que hubieras tenido antes. En el festejo de mi cumpleaños el día sábado estabas más alegre que nunca, y eso que habías decidido no tomar nada para combatir el dolor de cabeza. Hacía poco tiempo yo les había anunciado que me casaba al año siguiente, y vos estabas entre receloso por perder a un amigo, y feliz porque uno de tus mejores amigos había encontrado a la mina para casarse.
Bastó apenas una semana para que me llegara el anuncio, el viernes siguiente, y para que todo, de a poco, empezara a desmoronarse.


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