13.12.23

Enriqueta Muñiz, esa mujer

Reseña de Historia de una investigación. «Operación masacre» de Rodolfo Walsh: una revolución de periodismo (y amor), de Enriqueta Muñiz

Buenos Aires: Planeta, 2019

Por Vicente Costantini


En 2019, 62 años después de la publicación de Operación masacre (1957) de Rodolfo Walsh, quiso el azar que llegara a las librerías la otra voz que le faltaba a esta historia. Se trata del testimonio de Enriqueta Muñiz (1934-2013), una española que había llegado de niña a la Argentina junto con sus padres, huyendo de la Guerra Civil. Muñiz trabajó codo a codo con Walsh en la investigación de los fusilamientos ilegales ejecutados el 9 de junio de 1956 en el siniestro basural de José León Suárez.

En el prólogo a la tercera edición de Operación masacre (1969), Walsh escribe: “Desde el principio está conmigo una muchacha que es periodista, se llama Enriqueta Muñiz, se juega entera. Es difícil hacerle justicia en unas pocas líneas. Simplemente quiero decir que si en algún lugar de este libro escribo “hice”, “fui”, “descubrí”, debe entenderse “hicimos”, “fuimos”, “descubrimos”. Algunas cosas importantes las consiguió ella sola, como los testimonios de los exiliados Troxler, Benavídez, Gavino. En esa época el mundo no se me presentaba como una serie ordenada de garantías y seguridades, sino más bien como todo lo contrario. En Enriqueta Muñiz encontré esa seguridad, valor, inteligencia que me parecían tan rarificados a mi alrededor”.

La edición de Planeta es un lujo que apreciamos los amantes de los libros. Incluye un prólogo acerca de Walsh por Daniel Link (editor, entre otros libros, de El violento oficio de escribir. Obra periodística 1953-1977 y Ese hombre y otros papeles personales), una introducción de Diego Igal sobre la figura de Enriqueta Muñiz y la edición facsimilar de los dos cuadernos donde, prolijamente y en orden cronológico, la autora ha dado cuenta de la investigación. Es emocionante descubrir que el primer lector y corrector de estos cuadernos ha sido el mismo Walsh, quien añade adjetivos, enmienda erratas y no pierde la oportunidad de dejar registro de una ironía típica de su humor irlandés. Al final del primer cuaderno, Walsh escribe: “Felicitaciones por una bella crónica, además de tanto”. La edición se completa con otros materiales invaluables: cartas de Walsh a Muñiz, la transcripción del testimonio de Giunta —uno de los sobrevivientes de la masacre—, fotografías, manuscritos originales de Walsh e imágenes de las primeras ediciones del libro con sus respectivas dedicatorias. Una belleza pocas veces vista en ámbitos no especializados.

La crónica de Muñiz actúa como un espejo de la escena que ha hecho famosa Walsh: así, aquel momento en que, mientras jugaba al ajedrez, un hombre se le acerca para contarle que hay un fusilado que vive, tiene su paralelo en el momento en que Walsh ingresa a la editorial Hachette con el texto de la denuncia de Juan Carlos Livraga. Dice Muñiz: “El 20 de diciembre a las 12 hs y 25 minutos, yo era aún una persona pacífica. A las 12 y media, un extraño llamado de Walsh decidió que dejaría de serlo muy pronto”.

Impresiona la audacia de Muñiz y Walsh, dada la corta de edad de ambos. Enriqueta Muñiz tenía 22 años y Rodolfo Walsh 29 cuando emprenden esta investigación. Muñiz vivía con sus padres y tenía que acatar los estrictos horarios que estos le imponían; Walsh, por su parte, residía en La Plata —ya estaba casado y era padre de dos hijas, Victoria y Patricia— y se vería obligado a buscar refugio más de una vez en Buenos Aires.

A lo largo del relato, vemos muchos pormenores que no han quedado registrados en Operación masacre: la cobardía de editores que a último momento desisten de publicar los artículos; los intentos mezquinos por parte de algunos periodistas de robarse el crédito de la investigación; e incluso la inesperada aparición de Noé Jitrik y Arturo Frondizi como personajes secundarios de esta historia.

Es importante recordar que Walsh era en ese entonces un intelectual antiperonista que había celebrado la caída de Perón en 1955, tal como se aprecia en dos tempranos artículos periodísticos: “2-0-12 no vuelve” y “Aquí cerraron sus ojos”. A pesar de ello, no vacila en indignarse por la bajeza y arbitrariedad de los fusilamientos que está investigando. Al respecto, Muñiz escribe: “Se me ha dicho que Operación masacre llama a la sangre. Personalmente, menosprecio a quienes hablan del valor de la sangre después de haberla derramado. Se me ha dicho que Walsh le hacía el juego a los peronistas: sé que no es verdad, sé que quien interprete ese vibrante relato como propaganda peronista, sólo trata de engañarse a sí mismo. ¿O es que el crimen sólo es crimen cuando lo cometen peronistas?”.

Muñiz da cuenta de la inquebrantable ética de trabajo de ambos. De a ratos se fastidia por el humor irascible y la testarudez de su amigo, aunque termina por reconocer que él siempre consigue su objetivo: “Tras la habitual discusión a base de fotómetro, Walsh consiguió unas tomas realmente buenas, con lo que me demostró una vez más que nunca se equivoca”.

También describe de primera mano el emotivo momento en que ve surgir un libro que trascenderá la experiencia compartida: “Parece que el libro va desarrollándose en un portentoso crescendo. Walsh mezcla su más fino humor, sus sarcasmos más sangrientos, con un lirismo conmovedor. Por momentos, las vidas de esas gentes humildes se me aparecen como una epopeya. No tengo palabras para decirle mi real, mi sincero entusiasmo por la obra. Pero él me cree en seguida. Por otra parte, tiene el convencimiento de que ha trabajado bien. Yo siento confusamente que el arte que hay en ese libro, aparte del material histórico, el humano y el político, sobrepasa nuestra investigación, sobrepasa los alcances partidarios y aun sobrepasa a los mismos personajes. Walsh, en todo caso, se ha sobrepasado a sí mismo”.

Quedan para la imaginación y la fantasía del lector aquellos elementos que Muñiz decidió sustraer a la posteridad. Con plena conciencia de que estas páginas serían eventualmente halladas y publicadas, la autora arrancó un par de páginas, así como tachó y recortó determinados nombres. ¿Por qué? Link e Igal difieren en este punto. Mientras que el primero desconfía de un posible vínculo afectivo entre Walsh y Muñiz (“sé que hay personas más románticas que yo”, ironiza Link), el segundo va dando cuenta del progresivo hermetismo que fue tomando, hacia el final de su vida, Enriqueta Muñiz respecto de su participación en la investigación periodística. Esa incógnita es, precisamente, la que hace más atrapante la lectura, y que confirma una vez más la potencia de este maravilloso material.