5.2.11

Ray Bradbury, políticamente incorrecto


Muchos consideran a Fahrenheit 451 (1953) como la última palabra en novelas de ciencia ficción que tratan sobre la censura y el control del Estado, y además añaden que esto es un reflejo de las persecuciones de intelectuales por parte del "macarthismo" en la década del '50, al igual que Las brujas de Salem de Arthur Miller. Sin embargo, me parece que esa es la opinión de alguien que no ha leído bien la novela (o que directamente no la ha leído).
Aunque se trata de una novela, hay algo en Fahrenheit que delata, a mi juicio, su origen como un cuento que Bradbury se ocupó de expandir ("El bombero" —The Fireman—, de 1950): su linealidad, su estructura tripartita, y el hecho de que está casi exclusivamente centrado en su protagonista, Guy Montag. Hay otros personajes y otros escenarios que apenas podemos intuir, pero que no hacen a la parte más importante de la novela (la historia del capitán Beatty, la casa del profesor Faber, el entorno familiar de la joven Clarisse McClellan).

El capitán Beatty es la figura arquetípica del censor, por varios motivos: está convencido de lo que hace, pero además es muy consciente del poder que acarrea la censura. El censor es aquel que tiene acceso irrestricto a todo, y decide de acuerdo con su propio criterio qué cosas son adecuadas para que las lea el común de los mortales, y cuáles deben prohibirse porque podrían tener una mala influencia sobre las mentes débiles.
En otras palabras, el censor, por su lugar de poder, está más allá (o por encima de) la moralidad.
Hasta aquí, algo que no sorprende a nadie, y menos a los lectores de un país que ha atravesado muchos golpes militares a lo largo del siglo pasado. Sin embargo, mientras leía la novela, hubo algo que empezó a hacerme ruido: el relato que hace el capitán Beatty sobre el origen de la quema de libros.

Ahora, consideremos las minorías en nuestra civilización, ¿te parece? Cuanto mayor es la población, más minorías hay. No hay que meterse con los aficionados a los perros, a los gatos, con los médicos, abogados, comerciantes, cocineros, mormones, bautistas, unitarios, chinos de segunda generación, suecos, italianos, alemanes, tejanos, brooklinenses, irlandeses, gente de Oregón o de México. La gente en este libro, en esta obra, en esta serie de televisión no representa a ningún pintor, cartógrafo o mecánico que exista en la realidad. Cuanto mayor es el mercado, Montag, menos hay que hacer frente a la controversia, recuerda esto. Todas las pequeñas, pequeñas minorías con sus ombligos que hay que mantener limpios. Que los autores, llenos de malignos pensamientos, le pongan un candado a sus máquinas de escribir. Eso hicieron. Las revistas se convirtieron en una masa insulsa de postre de vainilla. Los libros, según dijeron los críticos esnobs, eran como agua servida. No es extraño que los libros dejaran de venderse, decían los críticos. Pero el público, que sabía lo que quería, permitió la supervivencia de los libros de historietas. Y de las revistas eróticas tridimensionales, claro está. Ahí tienes, Montag. No era una imposición del Gobierno. En un principio no hubo ningún mandato, ni declaración, ni censura, no. La tecnología, la explotación de las masas y la presión de las minorías produjo el fenómeno, a Dios gracias. En la actualidad, gracias a todo ello, uno puede ser feliz continuamente, se le permite leer historietas ilustradas, las viejas y buenas confesiones, o los periódicos profesionales.

Es importante aclarar que es el capitán Beatty quien dice esto, y que tenemos derecho a no creer en sus palabras. Quizás sea todo una conspiración y se nos esté ocultando la verdad. Pero mirándolo de otro modo, y pensando en el poder que él tiene: ¿de qué le serviría mentir? ¿Qué tiene para perder?
Además, no hay, en toda la novela, ningún guiño, ninguna referencia a otro origen posible de la quema de libros. Lo que hizo el gobierno, a través de los bomberos, fue limitarse a institucionalizar la dictadura de las minorías.


Es interesante señalar esto porque pone el dedo en la llaga en uno de los conflictos más fuertes que están atravesando los Estados Unidos en la actualidad. Durante muchísimos años, en EE.UU. tuvo siempre la manija un grupo que, a pesar de estar cada vez más cercado por la diversidad, nunca se reconoció a sí mismo como minoría: los WASP (White Anglo-Saxon Protestants, "Protestantes anglosajones blancos"), a los que se les añade también la "M" de Male (hombres), y a la que también podríamos sumar la "S" de Straight (heterosexuales). Las llamadas "minorías" estadounidenses serían aquellos grupos que caen fuera de la sigla WASPMS, y que han tenido que luchar históricamente para que se les reconozcan sus derechos.
Esto produjo dos consecuencias fundamentales. La primera, que en muchos ámbitos se haya instalado de manera creciente un discurso aséptico que podríamos calificar de "políticamente correcto", en tanto se cuida de ofender a todas las minorías posibles. (Esto no quiere decir, desde luego, que se haya acabado con los diversos mecanismos de discriminación, sino que más bien se los ha borrado en términos discursivos.)
La segunda consecuencia es que los blancos ahora están molestos porque, contrariamente a los ideales de la meritocracia y el "sueño americano", ya no son los "mejores" los que obtienen los cargos y los lugares de poder, sino que acceden a ellos por ser negros, judíos, mujeres, latinos, homosexuales, etc. Un ejemplo de ello es el cupo mínimo en las bancas políticas y en las Universidades.
Este enojo implica, entre otras cosas, la creencia en el sueño americano como una realidad existente, y la negación de que, por ejemplo, un hombre blanco de cerca de dos metros de alto tenga mayores posibilidades de ser el presidente de una compañía que una mujer latina de un metro y medio de estatura. Es un tema urticante en el país del norte, y ha sido discutido por defensores y detractores, con mayor o menor corrección política.
Bradbury, con menos pelos en la lengua, y un linaje insigne que lo caracteriza claramente como WASP, se ocupa del tema en la "Coda" de 1979 de Fahrenheit. Primero cuenta sobre las cartas que recibe proponiéndole reescribir sus personajes femeninos o negros. Y luego ironiza sobre el hecho de que un libro que se ocupa sobre la censura haya sido literalmente censurado en diversas ediciones:

Hace sólo seis meses, descubrí que, a lo largo de los años, algunos editores de cuchitril en Ballantine Books, temerosos de contaminar a los jóvenes, habían censurado, parte por parte, unas 75 secciones diversas de la novela. Los estudiantes que leían una novela que, al fin y al cabo, lidia con la censura y la quema de libros en el futuro, me escribieron para alertarme de esta exquisita ironía.

(Algo similar ocurre en el fragmento que cité al comienzo, porque al cotejarlo con el original en inglés encontré expresiones suavizadas o directamente eliminadas, y que tuve que corregir yo mismo. Esto me hace sospechar que puede ocurrir en todo el resto del libro.)
Ya fuera del personaje de Beatty, aquí es Bradbury autor quien vuelve a responsabilizar a las minorías (y no al Estado) por la censura:

El punto es obvio. Hay más de una forma de quemar un libro. Y el mundo está lleno de gente corriendo por ahí con fósforos encendidos. Cada minoría, sea ésta bautista/unitaria, irlandesa/italiana/octogenaria/budista zen, zionista/adventista del séptimo día, feminista libertaria/republicana, homófila de la sociedad Mattachine/del Evangelio Cuadrangular, siente que tiene la voluntad, el derecho, el deber de rociar con kerosén y encender la mecha. Cada editor imbécil que se ve a sí mismo como el origen de la repugnante y chata papilla ázima de la literatura lame su guillotina y apunta al cuello de cualquier autor que se atreva a hablar más alto que un susurro o escribir más que una rima infantil.
Porque es un mundo loco y se volverá más loco aún si consentimos que las minorías, sean de enanos o gigantes, orangutanes o delfines, líderes nucleares o ambientalistas del agua, a favor de las computadoras o neoludistas, simplones o sabios, interfieran con la estética. El mundo real es el campo de juego para que cualquier grupo haga o deshaga las leyes. Pero la punta de la nariz de mis libros o cuentos o poemas es donde sus derechos terminan y mis mandatos territoriales comienzas, corren y reinan. Si a los mormones no les gustan mis obras de teatro, que escriban las suyas. Si los irlandeses odian mis historias de Dublín, que alquilen máquinas de escribir. Si los maestros y editores de la escuela primaria descrubren que mis oraciones rompemandíbulas destrozan sus dientes de papilla suave, pues que coman torta rancia en el té liviano de su hechura impía.


Además de demostrar que es un escritor genial cuando está enojado, Bradbury hace algo paradójico: defiende la libertad de expresión propia, a costa de silenciar la de los demás. Más que ser una novela sobre la censura, yo diría que Fahrenheit, aunque horririce pensarlo, puede ser leída como una novela que advierte sobre los peligros de la democracia: su planteo es, en última instancia, autoritario. ¿O acaso no es autoritaria la escena en la que Montag obliga a las amigas de su esposa a escucharlo recitar en voz alta un poema?


Termino con un último comentario sobre la novela. Más que adelantar los avatares de la censura, en Fahrenheit 451 me impactó el momento en que se muestra la puesta en escena de la persecución de Montag. Como finalmente no lo encuentran, el programa de TV toma a un Montag falso que los sabuesos mecánicos liquidan en vivo con sus inyecciones letales, todo en el transcurso de un programa televisivo. No se me ocurre una forma mejor de sintetizar cómo la televisión (y quizás el arte toda) se ha realitizado en los últimos diez años.

Coda

Mientras escribía esto, me acordé de la canción de Sui Generis "Las increíbles aventuras del señor Tijeras", incluida en Pequeñas anécdotas sobre las instituciones (1974). Quizás otro post de este blog debería ocuparse de la censura en el rock argentino.

**

El concepto de realitización es una idea que, basada en el concepto de novelización de Bajtín, desarolló mi mujer, Sofía Calvente, junto con su amiga Mariela Anastasio en un trabajo final para la carrera de Periodismo, y que aparece recogido en el libro de Javier Sanguinetti Culturas y estéticas contemporáneas (Buenos Aires, Jorge Baudino Ediciones, 2003).