26.11.10

Formosa duele

Formosa, "El imperio del verde", rezaba el logo de la campaña turística provincial. Como proponiendo a la provincia como una especie de Amazonas en miniatura, con algo de parque de diversiones y de zoológico para porteños y extranjeros. Una de las actividades sugeridas era el "Ecoturismo", que proponía el descubrimiento de un yaguareté, un tapir y un indígena toba o wichí como si todo fuera parte de lo mismo: algo lindo para ver de lejos, algo pintoresco siempre y cuando se quede allá, en su provincia, sin joder a nadie.

Me chocaron, aunque no me sorprendieron, las noticias sobre Formosa.
Hace unas semanas discutimos en mi clase de español para extranjeros sobre la (falta de) diversidad en Argentina, por el tema de los afrodescendientes y cómo se los invisibilizó históricamente. Y yo mencioné que en EE.UU. la tradición es que las minorías se juntan, pelean por sus derechos y por lo general los consiguen. Acá, en cambio, la tradición histórica es que las minorías se juntan, pelean por sus derechos y en general se las reprime o se las mata.

No me interesa idealizar a los Estados Unidos ni entrar en polémica de qué es "mejor" o "peor". Porque la corrección política también tiene sus aristas. Y porque en Estados Unidos también pasaron, pasan y seguirán pasando cosas similares a la de Formosa, aunque quizás no a cielo abierto como pasó en esa provincia. Lo cierto es que lo de Formosa me duele porque me toca más de cerca: porque con Sofi conocimos la zona, hablamos con los tobas, y pienso que quizás nuestro guía de aquella visita que hicimos a la comunidad puede ser ahora uno de los muertos. Las muertes no son casuales en estos casos, y hasta pueden estar dirigidas específicamente a quienes lideran las propuestas.

Aunque sea obvio, no me queda otra cosa que hacer que solidarizarme con la comunidad Qom en estos momentos.

12.11.10

Una historia personal de los Beatles y McCartney


Como me pasó con el recital de Queen, quizás este primer post deba ser, más que una reseña del recital de Paul McCartney (hay una mucho mejor y más completa en el blog Calico Skies), una historia personal de lo que significan para mí los Beatles, y lo que significó haber podido ir a ver a esta leyenda viva del rock.

Empecé a escuchar a los Beatles cuando estaba terminando el colegio secundario. En mi caso, fue más por tener conciencia de que era una banda que "había que escuchar", que por influencia de un hermano mayor (que no tengo), o de mis padres (que son poco musiqueros, y particularmente muy poco rocanroleros). En mi caso el primer disco, como el de muchos otros, fue Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band, un disco que quizás esté un poco sobredimensionado por la crítica dentro de la discografía de los Beatles. Me gusta mucho, pero no me parece parejo. Creo que hay temas como "She's Leaving Home" o "Being for the Benefit of Mr. Kite!" que nunca me van a gustar del todo.
Le debo a mi primo Isidro el haberme prestado casi todos los discos de los Beatles. Me cuesta mucho elegir, pero yo diría que algunos de los que más me marcaron al escucharlos fueron Rubber Soul, Revolver, el "álbum blanco" y particularmente Abbey Road. Hubo un momento, hace algunos años, en que no dejaba de escucharlo. Todavía me impresiona su construcción (cómo cada cara del LP fue pensada como un todo), y las pequeñas joyas que contiene: además de "Come Together", "Something" y "Here Comes the Sun", otras menos conocidas, como "I Want You (She's So Heavy)" o esa sucesión de temas al final del lado B, todos enganchados desde "Mean Mr. Mustard" hasta "The End", con la coda de "Her Majesty".

Con Paul McCartney, en cambio, yo tenía muchos prejuicios de que lo que había hecho como solista era grasa o flojo. Algunos temas que conocía me daban la razón ("Ebony and Ivory", "Say, Say, Say", "No More Lonely Nights", etc.), otros me caían más simpáticos ("Hope of Deliverance", que pasaban incansablemente por la radio la última vez que vino).
Fue hace como cuatro años que enganché por la tele un recital de Paul tocando en Rusia extraído del DVD Paul McCartney in Red Square, tocando de día en las "noches blancas" de San Petersburgo, y me voló la cabeza. Había temas que nunca había escuchado ("Let Me Roll It", "I've Got a Feeling"), y dije: "Tengo que escuchar a McCartney". Dicho y hecho. Empecé con los discos en vivo (Paul is Live, Tripping the Live Fantastic, Back in the US, y esa maravilla oculta que es el Unplugged), y después con los discos de los 70s y los 90s. Todavía me abstengo del McCartney ochentoso, aunque algún día le voy a dar una oportunidad a esos discos.
Me gustan mucho, dentro de su discografía solista, Band on the Run, Flaming Pie y Run Devil Run. Aunque de a poco le fui tomando cariño también al disco Ram. Además, esos discos se fueron atando a los recuerdos de un viaje en el que escuchamos mucho a McCartney, por Mendoza, San Juan y Córdoba. Todavía tengo el recuerdo vívido de corear con Sofi "Mrs. Vanderbilt" y "Mamunia" en los alrededores de Villa General Belgrano.

Quizás eso sea lo que pasa con los Beatles y la música de Paul McCartney. De alguna forma, parecen haber tocado algo único en la vida de muchas personas. Eso equivale a que escucharlos no sea sólo apreciar su música, sino también revivir recuerdos específicos de momentos vividos, únicos y personales.
Se me responderá que esa es una característica de la música en general, y es cierto. Pero la popularidad y masividad de las melodías de los Beatles, su atemporalidad y eternidad a pesar de hallarse inscriptas en una época específica, y esa cualidad única que tienen de reunir a las distintas generaciones (abuelos, padres e hijos) hacen que, de alguna forma, todavía siga creyendo que el jueves fuimos a presenciar a una leyenda viviente.