1.12.10

De amicitia (II)



Tu partida fue decantando de a poco, como la capa de polvo que se va posando imperceptiblemente sobre las cosas que no tienen movimiento. Ahí quedó nuestra amistad, fija e inmóvil como una cosa que nadie se decide a tocar.
Y a la vez, siento como si de a poco esa amistad fuera mutando en algo distinto. Nunca va a dejar de ser lo que era, pero a la vez nunca volverá a ser la misma.
En cierta forma venía esperando tu muerte desde hacía un tiempo. Vos también la venías anticipando, nos la venías anticipando a nosotros cuando comenzaste a devolver las cosas que te habíamos prestado. Esas cosas que uno nunca devolvería porque casi se las ha apropiado. También empezaste a regalar cosas con un desapego inmenso. Ya habías empezado a darte cuenta de que lo relevante estaba en otra parte.
Cuando levanto la vista del escritorio, normalmente veo clavados en el corcho tarjetas, recordatorios de fechas, postales, imágenes. Pero a veces tomo distancia y miro el corcho. El corcho era tuyo, vos nos lo regalaste. Hasta nos regalaste las chinches que ahora usamos. En tu casa el corcho estaba casi pelado: tenía una foto de tu abuelo cuando era joven, y la palabra “PIPO” escrita por mí con las chinches. La “P” era apenas más que un triángulo con una línea, porque no alcanzaban las chinches para escribir bien las letras. Pero vos y yo sabíamos qué decía. Ahora las chinches están dispersas; no dibujan nada, no dicen nada, apenas sostienen los recordatorios, las postales, las tarjetas.

No hay comentarios: