28.7.07

Henri Michaux, oriental

Después de releer y trabajar sobre el diario de viaje Un bárbaro en Asia, del poeta belga-francés Henri Michaux, seleccioné algunos fragmentos que califican fácilmente como "micro-relatos". Los títulos, excepto "Zoológico de Saigón", son fruto de mi invención. Acá van los resultados de mi recorte:

La casta

Antes había una casta que recorría la India, con el único fin de suministrar a Dios sacrificios humanos. Lo agarraban a uno en el camino, lo llevaban ante un altar, y le torcían el pescuezo. Dios, que en apariencia acepta todo, no decía nada. Y, satisfechos, volvían en busca de otro hombre. Fue así como muchos viajeros cesaron de enviar noticias a sus familias y allegados.

El hombre viejo

Había en ese patio un hombre muy viejo: me saludó, pero yo me apercibí demasiado tarde. La música recomenzó y yo me decía: «¡Con tal que vuelva a mirarme!». Era un peregrino, no era de aquí. Me pareció que me tenía simpatía. Se acabó la música. Yo estaba como en éxtasis. El hombre se dio vuelta, me dirigió una mirada y salió. En su mirada había algo especial para mí. Todavía no sé lo qué quiso decirme. Algo importante, esencial. Nos miró a mí y a mi destino, con una especie de consentimiento y de regocijo, pero con un dejo de compasión, casi de piedad, y se fue, y todavía me pregunto lo que todo eso quiere decir.

Picaduras

Había un empleado de South Indian Railway que curaba las picaduras de serpiente.
Cuando alguien había sido picado, un pariente corría a la estación: «¿Dónde está el empleado tal?»
¡Ah! está en el tren de la línea de...
Se le telegrafía: «Fulano, picado, serpiente». El telegrama corría de estación en estación al encuentro del tren y del hombre.
Se esperaba ansiosamente una respuesta. Al fin llegaba: «He will be all right». Y todos se regocijaban. Y el veneno ya no tenía efecto.
¿Qué hacía el empleado? Y bien, se recogía un instante en un compartimento. «En nombre de... (un santo cualquiera) que el veneno no suba.» Luego volvía a perforar pasajes de tren.
Cientos de telegramas cambiados, y cientos de venenos hechos agua.

Zoológico de Saigón

El jabirú no come al pez que se defiende.
Lo traga muerto. Lo agarra y vuelve a cerrar su pico sobre él, en la cabeza, en el cuerpo, lo tira, lo recoge, lo vuelve a tirar hasta que sobreviene la muerte.
Hay el jabirú prudente que se contenta con una apariencia de muerte (y cuidado con las espinas del pescado que se agita vivo en el estómago) es el que lleva el pez sobre los guijarros, y ahí le da picotazos hasta inmovilizarlo. Entonces lo come. Pero no hay jabirú con experiencia que no sepa que un pez que no se mueva en los guijarros, puede bien no estar muerto, y ser, pues, todavía peligroso. Por eso el jabirú prudente lo remoja en el agua, para cerciorarse, y en efecto, muy a menudo, el pez vive, y con una lentitud sin esperanza, trata de escapar al sitio, y a la muerte. También sucede que un jabirú no puede sacar un pez del agua, aunque lo haya golpeado muchas veces, pero cada vez vuelve a caer. Entonces de golpe, harto, agita inmensas alas ruidosas sobre el estanque y se pregunta, y uno se pregunta, y los demás pájaros se preguntan lo que va a suceder.

Cuento chino

Hacia el siglo XVI, no sé bajo qué emperador, la policía ordenaba a sus inspectores que dibujaran subrepticiamente el retrato de cada extranjero que entraba en el Imperio. Diez años después de haber visto ese único retrato el policía lo reconocía. Más aún, sí se cometía un crimen y el asesino huía, había siempre alguien en la vecindad que podía hacer de memoria el retrato del cual se tiraban muchos ejemplares, que se enviaban a la carrera por las grandes rutas del Imperio. Acorralado por sus retratos, el asesino acababa por entregarse al juez.

La invención de la propaganda (Cuento chino II)

Tsin che Hoang Ti es uno de los más famosos y más fantásticos tiranos del mundo, que hizo pintar de rojo (color de los condenados) una montaña entera, porque sus soldados habían padecido ahí una tormenta. Tsin che Hoang Ti, que hacía preparar un baño de agua hirviendo en la sala del Trono cuando uno de sus oficiales le pedía una audiencia que le desagradaba, hizo grabar en monolitos erigidos por todos lados: «Todo anda bien. Se han unificado las pesas y medidas. Los hombres son buenos maridos, los padres son respetados. Por donde sopla el aire, todos están contentos», etc.

Una fiesta en Bali

Lo que a los americanos les gusta mucho en los balineses es que they are friendly. Cosa muy apreciable y que también se puede afirmar de los americanos.
Los balineses adoran las fiestas; no pasa día sin que tengan una. Con teatro y baile. Y donde hay una fiesta entran todos, todos están invitados: parientes, amigos, desconocidos, forasteros.
Una noche, ya un poco tarde, hice organizar una representación de Wayang-Koelit en casa de un indígena. Cuando llegué estábamos absolutamente solos la orquesta, mis tres invitados y yo.
Dos horas después estábamos perdidos en una turba de seiscientas personas. El olor de los cuerpos malayos nos rodeaba como una humareda; se habían instalado a la puerta vendedores de dulces. Risas oportunas venían de todos lados, costaba trabajo salir, y en ese momento (salimos antes del final), todavía llegaban muchas personas.

Todos los fragmentos fueron tomados de: Henri Michaux, Un bárbaro en Asia [1933]. Buenos Aires: Hyspamérica, 1985. Traducción y prólogo de Jorge Luis Borges.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

FELIZ CUMPLE LOCOOOO

QUE LA PASES RE LINDO HOY!!

Y A VER CUÁNDO FESTEJAMOS!

BESOTESS

Bely.

C.E dijo...

Buen texto ese de Michaux. ¿Lo leíste por placer o por deberes académicos?

Vicente Costantini dijo...

Ambas dos... Curiosamente, el deber académico que me hizo releer "Un bárbaro", también me llevó a que me guste más el libro. No me había copado tanto en la primera lectura.
De todos modos, sigo pensando que Michaux es, ante todo, un poeta (y un artista plástico).