12.5.08

El doble

Charla con M., el domingo pasado. Es curioso: cuando quizás empiezo a sentirme satisfecho por cómo se están dando las cosas, porque siento que de algún modo lo que hago –el trabajo en el Plácido, y recientemente el taller literario– sirve, contribuye a cambiar o mejorar mínimamente las cosas (sean lo que sean, en definitiva, "las cosas"), basta una charla como ésa para echar todo por tierra en mi mente.
Frases y palabras como "el mal llamado fracaso escolar", "la capacitación para un modelo de inserción laboral que ya no existe", "la polarización inevitable", entre otras, me obligan a dar vuelta una vez más la tortilla, cuestionar nuevamente todo, sacudir las bases sobre las que me creía parado. No porque crea que M. maneja un campo de verdad (en el sentido de "tener la razón", retóricamente si se quiere) más amplio o mejor fundamentado que el mío; más bien, porque desconfío de la rutina tranquilizadora, a la vez que, trágicamente, la necesito.

A veces me da la sensación de que M. es algo así como un doble: reverso de lo que soy, exacerbación de lo que esbozo ser de a ratos, rostro de lo que nunca podría llegar a ser por falta de convicción (de esa convicción).

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